torsdag, oktober 09, 2014

Solo

La soledad hace que busque en algo, cualquier cosa que pueda unirme a alguien. Por ejemplo, acostumbro comprar los libros que son más baratos y populares, los que se venden en masa sólo para tener la posibilidad de encontrarme alguien con el mismo libro y quizás iniciar una conversación. 

También pasa que compro cosas muy elaboradas o peculiares como un tamagotchi o una marioneta porque también me vienen ganas de que no cualquiera me mire, sino alguien que es complejo, que elabore sus opciones, que disecte las cosas y así llegue a mí y me descubra. 

Pero mis esfuerzos por lograr compañía me agotan y me olvido de mi mismo, de elegir lo que quiero para mí y no para coincidir con otros.

Llevo una botella de agua con gas, aunque es una bebida común que seguramente muchos tendrán esta vez la he comprado porque tengo sed, porque tengo más ganas de beber agua con gas que estar buscando compañía.

Ella se sienta a mi lado y también lleva una botella pero no de agua, sino de una bebida verde con cafeína. Espero a que ella abra su botella y segundos después abro la mía. Ella me sonríe. Allí estamos los dos en el bus bebiendo de botellas de plásticos que quizá fueron recicladas de los mismos desechos, una botella de la misma capacidad, medio litro de algo líquido se nos mete en el cuerpo casi al mismo tiempo y nuestros estómagos se hinchan como una coreografía de globos que se inflan y desinflan.

Cierro la botella y la sostengo entre mis manos como a un animal frágil. Ella cierra también su botella pero la sujeta con firmeza y sólo con una mano. Con su otra mano manosea la tapa y descubre aquel plástico como una dentadura de pez que sirve de precinto de seguridad. 

Los dientes de los peces acarician mis yemas y mientras ella juega con el plástico yo me hundo en el mar. Ella deja de jugar con aquel plástico y lo observa. Escudriña la botellas y el temple de su mirada llena todo el espacio del autobús y se mete dentro de mi. Su mirada pesa en mi traquea y en mi estómago e inmediatamente ella pone la botella abierta entre sus muslos y la sujeta entre su carne forrada en tela de flores. Toma la tapa de plástico y pasea sus yemas por el precinto dentado. El líquido entre sus muslos olea y revienta contra las paredes de la botella. En sus manos ella toma aquel precinto y le aplasta los dientes con el pulgar, lo estira y luego le da vueltas, lo retuerce como quien tortura a un ratón por la cola. 

El plástico azul se vuelve blanco y esa cola dentada esta a punto de romperse y yo también mientras ella se mete ese rabillo de plástico a la boca y lo separa de la tapa con una sola mordida de guillotina. Pasea a una tira de plástico de dientes romos por su lengua baja ligeramente la cabeza y las escupe con toda la fuerza de su pulmones y su traquea de pistola de aire. El rabillo se pierde en el piso inmundo del bus en y ella lo pisa mientras saca la botella de entré sus muslos y sigue bebiendo.

fredag, september 12, 2014

Brazo izquierdo

Mi abrazo izquierdo parece estar perdiendo una batalla que yo desconozco.
Su rebelión cotidiana empezó hace unos días. Se negó a trenzarme el pelo, no colaboró en abrocharme el sostén, odia a mi brazo derecho y le dejó todo el peso del supermercado. Dice, sin embargo, que está muy cansado y se quedaba inmóvil saboteando cualquiera de mis actividades.
Mi brazo izquierdo se vuelve una serpiente que me adormece con su veneno.
Me habla y escucho sus palabras vibrar a la altura de mi hombro. Es agradable escucharlo, pero a veces pierde la calma y me grita dentro del corazón vacío, golpea sus paredes de sangre y metal con sus tendones y me despierta con el eco de sus quejas doliéndome en las falanges.

"No me necesitas, ni para cascar un huevo, ni los acordes del piano que no has querido aprender"
"Es que no puedo moverte, brazo izquierdo. Me dueles. Algo que soy yo pero que no soy yo te ha dejado adormecido, pero no te pudras; no me envenenes porque sí te necesito. Te necesito para dar la impresión de estar completa." 

Una rama de abedul me ha empezado a crecer desde la axila izquierda. Sus raíces se han enredado entre mis costillas y absorben el jugo de mi corazón, buscan la tierra entre los poros de mis huesos, en lo blando de mis pulmones.
 
 El otoño me empieza a doler por dentro.

onsdag, august 20, 2014

Glaxo Smith Kline

la psiquiatra dice que el problema soy yo, que no debo dejar las pastillas, que debo tener paciencia, que no debo bajar las dosis, que debo empezar de nuevo, que debo de poner de mi parte.


"debo" se ilumina en neón.

palabra roma
hinchada de aire
sin filo
hueca


D e B O


luces de pollería en la cuadra 3 de la avenida tarapacá en el rímac.


debo.

poner de mi parte 

(su frase me mancha. grasa de pollería)


estiro mis manos y trato de aferrarme al borde de una mesa para no caerme. tengo vértigo. cierro los ojos y logro caminar y voy aprendiendo a andar a ciegas. no puedo domar mi vértigo, es infeccioso, es tinitus. no quiero domarlo porque es como tocar a la fiera sorda y herida. mejor es caminar con él a ciegas, acercarse desnudo, a oscuras, sin miedo a la mordida.


receta: rebaja la dosis de lamictal para empezar de nuevo. aumenta el wellbutrin porque a eso ya estás acostumbrada.

un toro sale a la arena como de costumbre. lo pican con una espada, lo confunden, lo persiguen. la multitud aplaude, como de costumbre. el torero le da las espaldas al toro ensangrentado que está ahora mismo aprendiendo a respirar de otra manera, a sostenerse en sus patas sin resbalarse con su sangre (porque no está acostumbrado a caminar sobre su propia sangre o a respirar con los pulmones rotos). un latido lo impulsa y embiste al torero. le abre el pellejo desde las ingles hasta la boca del estómago. le deja los testículos intactos pero aislados de venas, tendones, músculos. el cuerpo del torero se fragmenta. el toro cae. todo como de costumbre.

ya estamos acostumbrados
tú y yo
pero
yo
no


el tinitus se fue hace días.
yo no lo pedí, pero lo acogí, caminé con él, se sentó en mi mesa y se acostó conmigo.
no renegué con el otorrinolaringólogo
hay una pérdida parcial de oído, pero quizá no sea definitiva
se fue
pérdida


en la farmacia recibo 180 pastillas.
camino por la ciudad cargando 180 pastillas.
receta sellada
pido un café
compro la comida de mi gato
tomo el bus

180 veces
mi pérdida en dosis
de miligramos iré muriendo glaxosmithkline.

son dientes de toro muerto.
son la mordida de la fiera sin mandíbula.
sin la fiera

180 pastillas que guardaré hasta que expiren, hasta que se humedezcan, huelan mal, formen una costra blanca en las paredes del frasco.

alguien las encontrará.
tendrá la dificultad de abrir el frasco.
mirará su contenido intacto
180
leerá el prospecto médico
me verá afuera en el jardín mientras lloro un poco.
mientras gruño con mi perro negro
y le arrojo carne a mi fiera que luego me lame con su hocico húmedo de sangre
me agobia
y si mi vértigo es propio me visitará de nuevo entre zumbidos
los dejaré que me derrumben como mi perro
y se volverán música en mi caída
ciega
sorda
mi cara sobre la fuerza de la hierba


alguien desde dentro de mí
de mi casa
a través de la ventana
me verá
desde mis ojos
desde dentro del frasco que no soy
desde las 180 minas blancas que no debo voy a tomar

pongo de mi parte(s) dejando mi cerebro sobre un árbol
mi corazón sobre la hierba
mis brazos y mis piernas entre las flores del jardín
180°
un vaso de limonada
y es verano aún en mi jardín
sol

mi vértigo
mis voces
mi perro negro
mi gato negro
mis fragmentos

yo
viva

mis palabras
mientras agosto tiembla


onsdag, juli 16, 2014

Escribir (otra vez)

1. 

Volver a escribir después de varios meses de no haberlo hecho es como levantarse después de haber estado adormecido o sedado.

Vas descubriendo poco a poco lo que te rodea y vas identificando los objetos que te identifican. 

Partiendo de la visión borrosa de tu ropa de cama, del tocador, del espejo sabes que estás en tu habitación.

En este proceso de ir identificando todo lo que nos rodea es que uno se va moviendo. Se levanta. Camina. La sangre se pone de pie y avanzamos.

Para mí, siempre lo he dicho,  la escritura es movimiento.

2.

Hoy he despertado adormecida. Hoy es mi día libre.  Hoy (por fin) llovió después de varios días de intenso calor que transformaba a esta ciudad del Círculo Polar en una contradicción.

Hoy observo que hay cierta penumbra escarpada en las cosas, pero por momentos todo se vuelve raso y uniformemente iluminado. Y solo así en esta marcha de matices que se atropellan entre lo gris y blanco, matices de violeta trepando las paredes de mi casa, destellos dorados que se hunden y rebotan desdeciertas uniones de las ventanas; solo así me doy cuenta de que el día transcurre.

Con el sol de junio y julio todo se vuelve estático. Teniendo sol las 24 horas (sol de medianoche, atractivo turístico de Noruega) todas las cosas se funden en un mismo color dorado. No se puede distinguir nada. Todo brilla. Hasta la gente. Todos estamos bañados en oro. Menos yo.

Creo que dentro de mí siempre late la penumbra y circula la luz. Cuando veo a toda esa gente feliz y radiante (shinny happy people) sentadas en las plazas sosteniendo pintas de cerveza y friéndose bajo el sol, me pongo a buscar entre ellos algún tono más bajo, un tono distinto, un tono que oscile,  alguien que no brille tanto, alguien un poco dorado pero opaco en algún lado, transparente en las manos o los ojos e iluminado desde las raíces de su pelo. Los hay y los reconozco, pero somos pocos quienes tenemos luz y penumbra moviéndose constantemente por todo el cuerpo.

3.

Estoy escribiendo en mi habitación que es oscurísima. La puerta está abierta y deja entrar la luz y la penumbra que se revuelcan allá afuera en el jardín, en las calles, entre el mar y la montaña que se ven desde la ventana de mi cocina.

Y así como la escritura se trata de movimiento, creo yo que también se trata de matices y contrastes. 

4.

En mis periodos intensamente iluminados no soy capaz de distinguir lo que me rodea y todo es una repetición de luz y de brillo. No veo nada, salvo la luz. Una luz cegadora constante y monótona. Me ilumina y estoy radiante, pero no me deja ver nada. Ni a mí misma.

En mis periodos de oscuridad pasa lo mismo. Me vuelvo parte de ella. Me camuflo involuntariamente en todo lo que no se puede ver y me quedo ciega. Toco fondo y el fondo tiene el color de mi misma. Si avanzo, no lo noto porque sigo a la oscuridad en su movimiento desconocido. Negro sobre negro. Nadar en brea.

Escribir, literalmente es un contraste: oscilación contra reposo, ruido contra silencio, violencia contra marasmo, caos interno en el cuerpo (abstracto) contra estructura (tangible) en el texto puesto sobre tinta y papel. 

La escritura empieza por el contraste más simple que nuestra mirada pudiera detectar: las palabras negras moviéndose sobre las fibras vibrantes del papel blanco.

 

onsdag, mars 05, 2014

Viaje

Ayer me metí a la panza de mi gato. No fue difícil. Primero tome una ducha hasta que mi cuerpo absorbiese la mayor cantidad de agua posible. Una vez que el agua se rebalsaba a través de mis poros, sin secarme ni vestirme, me acosté en el jardín y me quedé varios días allí hasta secarme. Luego volví a casa y ya seca, terminé el proceso al lado de la estufa. Eso, para absorber cualquier resto de agua que podría quedar dentro de mí y también para sellar mis poros hasta convertirme en un pedazo de carne seca. Allí tuve que esperar un par de días hasta que mi gato empezara a sentir hambre - o deseos de jugar con un pedazo de carne- y me empezara a tragar. Así fue. Después de algunos días, empezó a darme mordiscos. Empezó por mis ojos, que después de las entrañas, son la parte más difícil de secar completamente, solo se logra que queden como un par de pasas, mientras el cuerpo sí se vuelve carne seca, como el bacalao o el charqui, como esas orejas de chancho que vendemos en la veterinaria para que mastiquen los perros. Así. Día tras día me fue tragando. Llegar a las entrañas, blandas y no del todo secas, fue un descanso para sus mandíbulas. Cuando me trago entera, volví a ser una en su panza. Lo que más había eran pelos. Y cada día caían más y más pelos. Mi gato, como todos los gatos, se limpia el pelaje varias veces al día. Los pelos se me fueron pegando al cuerpo, y ya eran tantos que empecé a parecerme a un Chewbacca encerrado en un estómago de gato. Al fin, no me llegaba más que pelos día tras día, y empecé a preocuparme por la nutrición de mi gato. ¿Quién le serviría la comida? Ya era tiempo de salir. Empecé a trepar por su garganta y llegué exactamente al lugar donde nacen los ronroneos, en la traquea, entre los pulmones y el corazón. Me estire hasta tocar el extremo interno de su lengua de púas y así le provoqué arcadas. Me vomitó. Los pelos que tenía pegados a mi cuerpo me permitieron arrastrarme sin resbalar. A los pocos días los pelos fueron cayendo y llegué con dificultad al cuarto de baño. Abrir la llave de la ducha era casi imposible, todavía no había crecido demasiado, así que para humectarme y volver a mi tamaño normal, me arrojé a a taza del water y allí me quedé por varios días formándome nuevamente como en un vientre materno de loza blanca, con bacterias para reforzar mi sistema inmunológico y con cavidades para poder estirarme. Cuando estaba lo suficientemente grande para no perderme por el desagüe, tiré de la cadena y todos los pelos cayeron y me quedé desnuda. Por estos días sigo creciendo. Aún no voy a trabajar porque no tengo el tamaño adecuado y además, porque todavía me quedan unos días de vacaciones. Sí. Me metí a la panza de mi gato para pasar vacaciones. Es que últimamente los aeropuertos me dan miedo, y de todos modos, siempre es más barato y seguro vacacionar en el estómago de tu felino.  

tirsdag, februar 18, 2014

Madera

De vez en cuando, me llaman para trabajar en el aserradero. El trabajo es bastante simple, aunque siempre se corre el riesgo de perder una mano. Hace varios años trabajé en una carpintería artesanal. Allí aprendí a cortar madera en un corte en línea recta y perfecto.  

El trabajo en el aserradero es muy monótono. Se trata de cortar la madera en listones o trozos simétricos. Para eso, empujo la madera hacia la sierra deslizandome apenas en solo movimiento del torso. Apoyo mis manos sobre la madera y la empujo estirándome como un gato después de un sueño profundo, desperezándose hacia la cuchilla, firme, sin miedo, despertando. 

Mientras cortaba la madera, pensaba en escribir. Me he dado cuenta que estar en situaciones de riesgo dentro de un ambiente monótono (un ruido, un movimiento que se repite) crea en mi la desconexión precisa para escribir. 

Yo pensaba que para escribir necesitaba silencio y soledad, pero de eso he estado rodeada últimamente y al parecer no sirve. No he escrito nada. Sólo he tratado de llenar el silencio y soledad con películas o con los ruidos de los electrodomésticos de vez en cuando. 

Le echaba la culpa a la ausencia de palabras ( escritas) a mi trabajo en la veterinaria. Había días que me lamía la cola y maullaba después del almuerzo, abría las alas como un pajarito, apurándome para no perder el bus, o ladraba cuando alguien se me acercaba. 

Pero ayer en el aserradero fueron cayendo mis palabras como viruta. Escribí mentalmente un cuento, pero cuando llegue a casa estaba muy cansada, me acosté en el sofá y me quedé dormida con el olor a pino impregnado en mi cuerpo.

Olvidé el cuento.

Soñé que era un pino. Cuando los pinos se ven en medio de una tormenta que intenta quebrarlos, el árbol produce un tipo de madera de calidad distinta a la del resto de su tronco. Los vientos huracanados suelen venir del sur, por eso los pinos tienen esa madera indestructible y que los mantiene de pie a sus espaldas. No ponen su pecho de acero en contra del viento, su resistencia es flexible y se esconde a los mirada de la tormenta, su fortaleza calma y discreta, desconcierta al viento y aviva su furia.

Sólo saben de su fortaleza aquellos que poseen la misma, y se reconocen entre ellos cuando se alinean a resistir el viento, van contemplando la fortaleza del que esta adelante, mientras el viento se disipa vencido entre ellos, como se disiparían los sermones apocalípticos entre un grupo de leones dormidos. 






onsdag, januar 08, 2014

Me llena de ira ver un corazón (de papa)



Alguien sube a FB una foto de una papa en forma de corazón y eso me llena de ira.

Me vuelvo un león enjaulado y camino por las piezas de mi departamento, rujo, busco una salida y pienso en un corazón debajo de la tierra, tubérculo, con ojos venenosos, un corazón seco y almidonado.

Respiro. Pierdo la melena y el grito de mis pulmones se calla. Vuelvo a ser solitaria, silenciosa e insignificante, encerrada en un departamento bajo con ventana al mar, a la montaña que tapa el esbozo de sol polar que aún no explota.

Y me pregunto, por qué esta furia de enero, por qué este dolor dos mil catorce, por qué y de pronto ante un tubérculo en el supermercado y no ante las guerras, los desastres naturales, la estupidez o el alzheimer.

Quizá es mi corazón de papa.  Para pelarlo con una navaja, hervirlo, verterle sal en los ojos arrancados, masticarlo ensuciando tus encías, tragarlo y defecarlo.

Me llena de ira ver mi corazón salido de la tierra.




(foto robada)

torsdag, desember 12, 2013

Planta

Quizá lo primero que uno se compra cuando empieza a vivir con otra persona, es decir, no con tu prima, ni tu amiga, ni tu hermano, ni tu madre, sino, me refiero, en una relación de pareja, quizá el primer objeto que vaya a estar presente en alguna de las habitaciones de la nueva casa sería una planta. 

Yo creí haberme comprado un anturio (anthurium) pero lo que en verdad tengo es una lila de la paz o fredslilje (Spathiphyllum) pero al fin y al cabo ambas especies pertenecen a la misma familia, las aráceas y yo me enteré de eso hace poco, cuando un señor con gafas gruesas se instaló en mi sala y que, por alguna razón que hasta ahora me resulta un misterio, no dejaba de mirar a mi planta.

 Le quise contar la historia de la planta y que era más pequeña cuando la compré, que me costó 75kr y que luego la puse en una maceta más grande que me costo 200kr y creció; quería decirle eso de que cuando uno se muda con alguien, o sea, ya dije, con una pareja, uno se compra plantas. Es simple la asociación: el primer ser vivo que habrá que cuidar hasta que algún día lleguen más plantas, gatos o hijos a llenar habitaciones.

 (la maceta es la cabeza, no?)

Pero no le dije mucho sobre mi planta, salvo que la compré hace tiempo, mi anturio, fue mi primera planta en este país.  El señor de gafas, un tipo entendido y bastante culto, me explicó que no era un anturio sino lo que ya conté al inicio de este texto. Me llamaba la atención que no dejara de mirar a mi planta, y es que estaba un poco moribunda; me dio un poco de vergüenza que la viera en ese estado como si hubiese visto en mí alguna herida que supuraba y se pudría en mi piel y delante de sus ojos.

 La verdad es que mi relación con esa planta es como la que tengo conmigo misma desde que vivo sola. Antes éramos tres seres vivos pues había alguien más que se ocupaba de la planta y veía si se marchitaba o no, si la ponía al aire o la quitaba del sol directo, en todo caso, eso fue hace mucho y ahora estamos solas yo y mi planta, y a veces se marchita y soy consciente de ello, pero sé que no se va a morir, entonces cuando pareciera que agoniza voy a la cocina y le doy de beber un litro de agua de golpe, lleno la jarra medidora, 10 dl de agua fría.

El señor, luego de mirar un buen rato a la planta, se puso a mirarme a mí directamente a los ojos y sin pestañear, como el juego de la niñez y al primero que le lloren los ojos pierde y es de espíritu débil.

A ninguno de los dos se nos enrojeció los ojos, no hubo lágrimas ni juego. Lo que hizo él fue que mientras me miraba, pasó su mano por mi pelo, la bajó por mi cuello y la posó en mi faringe. Yo me dejé tocar y tragué saliva y él la sintió en su tacto bajo mi piel. Después, sacó su mano de mi faringe, la subió por mi barbilla y la sujetó; la acercó hacia él como quien abre uno de esos cajones de un mueble de Ikea cuando está nuevo: así llegaba mi barbilla hacia la suya, como un cajón silencioso que se deslizaba calmado mientras se abría para dejar ver dientes y lengua ahí guardados.

Después del beso me levanté del sofá y el señor volvió la vista a la planta. Seguía tentada en contarle mis ideas acerca de las parejas que se compran plantas al mudarse y la maceta nueva y que esa planta seguramente era macho, porque nunca había florecido.

Temí que malinterpretase mi comentario y que lo tome como una invitación a una vida en pareja. Temí también que me corrigiese y que me diga que no existen plantas hembras o machos y que todas son hermafroditas o bisexuales. No dije nada más sobre la planta, porque yo de plantas (como de casi todo) sé muy poco. Después de estar ahí un rato, yo de pie y el sentado en el sofá ambos contemplando a la planta, solo se me ocurrió tomarle una foto antes de darle de beber.

Fui a la cocina y traje la jarra medidora con 10 dl de agua fría en una mano y en la otra una botella cava y dos copas. Yo le daba de beber a la planta y el señor servía el vino en las copas. Cuando volví al sofá empezó otra vez el juego de mirarse a los ojos y esta vez a mí sí se me enrojecieron y quizá hasta salió alguna lágrima. Y no es que haya perdido el juego de mi niñez o que sea un alma débil sino que mientras sosteníamos la mirada, escuchaba a mi planta tragar agua, así sedienta desde hace tanto tiempo y tratando de ponerse en pie y seguir viviendo conmigo (que debe ser difícil).

Mientras la planta terminaba de absorber el agua, ambos empezamos a beber el vino en tragos que nos ahogaban con burbujas mientras galopaban por nuestro esófago y nos llegaban al estómago como una cascada espumosa y blanca. Ambos estábamos moribundos y definitivamente sedientos.

El señor ha vuelto varias veces a sentarse en mi sofá y ahora que mi planta ha revivido la ha dejado de mirar. Ahora, lo que me preocupa un poco es que, cada vez antes del ritual de mirarnos y besarnos, él haya tenido su mirada fija en algún otro objeto, alguno que seguramente me conoce bien porque ha vivido conmigo desde hace tiempo.

torsdag, desember 05, 2013

Veterinaria

Hace unas semanas empecé a trabajar en una clínica veterinaria como asistente.

Bueno, asisto más a los veterinarios que a los animales. Me encargo de hacer el café para el personal y para los dueños de los pacientes, sujeto a los animales mientras son vacunados por la médica, reviso que los escaparates al lado de las camillas de consulta tengan las agujas y las jeringas suficientes, además del alcohol, del algodón, del suero entre otras cosas que se guardan en esas vitrinas, además de llevo el inventario de estas cosas, acomodo sacos y cajas de alimento balanceado para perros, gatos, conejos etc. en el almacén, vigilo a los animales que están en el cuartito post-operatorio y también vigilo a los animales que están en espera de tratamiento, lavar todo lo que se tenga que lavar, recibir a los pacientes, limpiar las camillas, acomodar los escaparates de la tienda, etc.

Me gusta el trabajo. Lo que más me gusta es estar en contacto con los animales, pero también ha sido interesante asistir a la operación de un Rottweiler que tenía una bola de grasa del tamaño de un coco en la ingle, a la esterilización de una gatita y a la limpieza de dientes de un San Bernardo.

Lo que sí, no puedo superar, es cuando tienen que quitarle la vida a algún animal por motivos diversos, y se supone, siempre para su bien.

Nunca sé si es que cuando entran al consultorio de atrás, es para observarle los dientes o para matarlos, pero ya aprendí que cuando esas bolsas plásticas azules como el plástico que protege las casas de esteras en los pueblos jóvenes, ese azul que solo lo puedo asociar a tristeza, cuando esas bolsas están rondando los escaparates o alguna camilla, sé que un animal va a morir o ya ha muerto.

Cuando eso pasa, cuando veo las bolsas vacías y fuera del cajón donde acostumbran estar, suelo ir corriendo al almacén a llorar. No puedo evitarlo. No he estado nunca presente en este proceso de quitarle la vida a gatos y perros, pero a veces, desde el almacén, puedo percibir que están muriendo y no exagero.

Sé bien cómo percibir la muerte, sé cómo huele, cómo suena, cómo se ve y cómo se oye; la he visto muchas veces frente a mí. 

Cuando la muerte de estos animales llega al almacén, solo puedo salir de allí y seguir, pues toda la clínica está ya impregnada con ese olor. La muerte huele a metal o a tiza. La muerte hace que las cosas suenen enfrascadas y sin aire. Cuando algún animal muere, siempre se queda en el aire un calor sobre el frío que es general en el ambiente, como si el aire fuese de dos colores; no sé como explicarlo, como esos cocktails que contienen licor curazao (azul) y degradan en una serie de matices hasta llegar a otro color, al color de la muerte.

Cuando la muerte ya está en todos lados no me queda más que dejar de llorar, levantar objetos, limpiar, cerrar cajitas, desechar lo que fue del muerto, excrementos, orines o quizá la manta en las que vinieron envueltos, la última que usaron antes de morir.

A veces quisiera guardar esas mantitas, sugerir que envuelvan esos cuerpos con ellas antes de ponerlos en esas bolsas azules, para que la muerte sea de algodón o de lana, para que puedan acurrucarse en ella, para que los abrigue, para que la muerte se les vuelva un refugio o un alivio que es lo que debe ser.

No puedo ver esas bolsas azules: ni vacías con la muerte que espera plástica y adhesiva, ni llenas con la muerte tibia aún en sus pieles y hocicos secos.
Si mañana veo alguna de esas bolsas azules rondando la clínica, soplaré dentro de ellas algunas palabras, quizás las que a mí me gustaría oír antes de que me lleve la muerte.

mandag, oktober 21, 2013

Cotidiano

No me he sentido bien en estos días y al final vuelvo al médico, me pregunta lo mismo, me aconseja lo mismo, me receta lo mismo y es cuestión de esperar, me dice (me digo).

Los días han pasado vacíos o llenos de humo. El vecino recoge su correspondencia del buzón cada día a la misma hora. El lugar de los buzones está situado a unos veinte metros de nuestras casas. Yo siento que ir al buzón es escalar una montaña de facturas, panfletos y papeles que no me dicen nada. Él me da el buenos días y se alegra de recibir su suscripción al periódico local.

Todo lo que me rodea no me dice nada y de eso he llenado mi cabeza últimamente.

No soy capaz de comprender qué sucede a mi alrededor y me pregunto dónde puedo encontrarle el sentido a las cosas, sí, a los objetos, encontrarle sentido al buzón de cartas, al cortador de queso, a mi cepillo de dientes y a mi almohada. Debo empezar por ahí y luego el sentido del sueño, del tiempo, de las reflexiones, de las solicitudes, el sentido de estar en medio de todo esto.

Intento recobrar el sentido de la realidad visualmente, porque soy ver para creer, porque funciono con imágenes, porque de eso quizá se trata todo y por eso vemos una película antes de morir y no escuchamos un concierto. Bien. Miro a través de la ventana y ha nevado. Por mi cabeza pasan varias vistas desde distintas ventanas de mi vida y agrupo esas imágenes como en un álbum. Lo título "ventanas". Pero ¿quién va a mirar ese álbum? ¿Para qué hacerlo?

Las preguntas me debilitan.

Uso un abrelatas y alimento a mi gato. Aprendí a usar un abrelatas a los ocho años para abrir latas de leche condensada. El acto de abrir una lata me lleva a entender ciertas cosas como lo lejano de mi niñez, el tener el corazón (y/o el cerebro) enlatado, el comprender a mi gato y su hambre así como su grado de dependencia aún siendo un gato.

Todo tiene muchas capas.

Hay algo de sentido en aquella porción de Whiskas, en el olor a restos de pescado procesado, en los pasos de mi gato hacia el tazón, en su hocico moviéndose de tal manera que come desde el borde del recipiente hacia adentro. 

Un espiral.

No debo 'esforzarme mentalmente', eso me han dicho.

El intentarlo me angustia. No esforzarme mentalmente realmente me angustia y a la vez siento que mentalmente estoy agotada y con la cabeza llena de humo.

Busco el movimiento a pesar de estar exhausta. Las ventanas una tras otra, el segundero en mi muñeca, el oxígeno en mi pecera.

No sucede mucho estos días.

onsdag, oktober 09, 2013

Social

Creo que soy huraña por naturaleza, pero para atribuirme a mí misma ese calificativo, hacen falta -inevitablemente- los otros.

Me obligo al ejercicio de socializar con cierta frecuencia para concluir que sí, que soy huraña, pues en el proceso de bañarte, vestirte y salir a encontrarte con otros voy pensando que es como tomar extractos de caihua con perejil cuando estás gordo.

Me cuesta interactuar con los otros, sobre todo si son nuevos, es por eso que valoro mucho a las personas con las que me siento bien y me cuesta mucho perderlas, son muy pocas las personas con las que siento que no debo socializar, sino simplemente estar ahí y compartir el espacio, hablando o no, realizando alguna actividad o no, pues mi manera de estar con alguien y disfrutar de ello puede consistir en estar acostados en el pasto sin decir nada.

No me he obligado al ejercicio de socializar últimamente y supongo que está bien así por ahora, sin embargo, no sé si es del todo positivo que mis ganas de hablar se transformen en escritura o en pensamientos que llueven uno tras otro cuando voy a acostarme y me hacen perder el sueño.

Lo que menos me gusta de socializar, es cuando te preguntan "cómo estás" porque es difícil que tenga una respuesta concreta a esa pregunta por estos días. Tratar de responderla puede que me tarde más de una hora, donde resumiría qué es lo que me ha sucedido en las últimas semanas y me han enfrascado en este estado, pero si llega la pregunta, suelo sonreír y decir "bien, y tú?" Eso lo aprendí antes de ir al colegio y también aprendí que era la salida más sensata ante la posibilidad de acercarse a alguien, esa falsa empatía "y tú?" nunca me llevará a conocer a alguien más de cerca, por el contrario, nos enfrascaríamos en convenciones e intercambios educados de palabras pre-cocidas como la pasta del supermercado.

Por ahora, socializo con mi gato, converso conmigo misma y todavía no he llegado a tener discusiones acaloradas, solo que a veces la conversación se vuelve tediosa como el jugo de caihua con perejil y es cuando vengo aquí y escribo.







fredag, oktober 04, 2013

Inventario

En estos días ando pensando en los años que pasaron desde el accidente hasta hoy.

Creo que, el hecho de que piense en ellos (y que escriba aquí sobre ello) es quizá una buena señal, un indicio de que quizás estoy saliendo de ese periodo pues ahora puedo mirar atrás y todo eso esta ahí como una habitación o un objeto, sin embargo hacer esta retrospectiva a veces me angustia.

Empecé este blog en un hospital psiquiátrico cuando tenía mucho miedo a dejar de escribir y además buscaba una salida a los días dentro de ese ambiente tan aséptico. Luego, vinieron periodos en los que no escribí nada, ni la lista del supermercado y al final eso llegó a preocuparme, pero trataba de calmarme pensando en que si la escritura había llegado a mí para escapar de una muerte en mi adolescencia, no debería sorprenderme que la misma escritura me abandonase luego de otra muerte. 

Así como llegó podía irse y yo sé bien que yo no poseo a la escritura, sino que ella me posee a mí.

Pero hubo días en los que me angustiaba no escribir, aunque vivía ya casi resignada a no hacerlo. 'Resignación' era una palabra que por esos días (o años) me fue repetida tantas veces, fui a terapias cognitiva sobre resignación aunque no lo llamasen así. La gente me repetía esa palabra como un saludo. Las pastillas parecían envenenarme de ello de resignación.

Esos días fueron como pasadizos, no estaba en ninguna parte, siempre me encontraba atravesando algo, un duelo, una crisis, una descompensación de químicos en mi organismo. Fue un periodo muy difuso y al mismo tiempo me iban sucediendo cosas que, vistas desde afuera, se podrían ver como hitos importantes es mi vida, curiosamente en ese periodo en el que casi no escribí casi nada, era reconocida como escritora.

A veces despierto de pronto, como ahora, y recuerdo esos días enfrascados, donde me movía por todos lados en una jaula de aire, llevaba un vidrio por delante y a veces se quebraba, pero las dosis me protegían de nuevo con nuevas paredes transparentes.

Haciendo cuentas, entre el 2008 y el 2011 sólo recuerdo que trabajaba intensamente y luego dormía. Supongo que también socializaba, viajaba, intentaba establecer relaciones, porque hay fotos y algunos apuntes, sin embargo no tengo un recuerdo claro de esos episodios. Sólo recuerdo mis días en la oficina de la universidad, el olor de la tinta de la fotocopiadora, las aulas, mi desayuno en la cafetería, mi tarjeta con mi foto como empleada de la universidad, el ascensor. Aunque no tenía demasiado trabajo al principio, estar delante de una clase me resultaba una hazaña que me dejaba exhausta.

Llegaba corriendo a casa, preparaba algo de comer y luego dormía. Así por casi tres años, hasta me dieron un premio por mi desempeño como profesora y no entiendo como logré ser una máquina por tanto tiempo, no lograba entender nada sin embargo todo por entonces y al parecer era ininteligible, hasta que fue una especie de despertar en el otoño del 2011, al iniciar el semestre, cuando me di cuenta de la realidad o simplemente y quizás otra realidad rompió mi rutina que llevaba: del trabajo quedando exhausta hasta el sueño artificial de cada día .

Ese otoño desperté y no puede salir de mi habitación a dar clases a la universidad. Lo más curioso fue que lo asumí como un acto normal durante las primeras horas y cancelé el seminario más importante del semestre con un mensaje breve a mi jefe. Después de unas horas, todo estalló. No hubo ruido, pero los objetos se iban destruyendo delante de mí como en las explosiones de pruebas atómicas.

Tuve tanto miedo que permanecí escondida bajo mis sábanas por un par de días y luego lo que recuerdo después, aunque no sé si fueron semanas después o días después, fue mi conversación con el médico, el empacar una maleta pequeña y un taxi que me llevó al hospital al que yo por entonces llamaba casa de reposo para no dramatizar ni asustar a nadie.

No recuerdo demasiado lo que pasó entre el otoño del 2011 y el verano del 2012. Fueron nueve meses de vivir en pasillos y medicada puntualmente.

A veces cuando no puedo dormir, hago inventarios de cosas inútiles, como los tipos de harina que guardo en la alacena, mis aretes y sortijas o los preparados que tomé durante estos cinco años: Vival, Rivotril, Apodorm, Imovane, Sobril, Truxal, Escitalopran, Venlafaxina, Lamictal, Zyprexa, Fluanzol, Orfiril, Litionit, Wellbutrin, Buspiron, Tolvon, Seroquel.

Puestos así, uno tras otro podrían armar un poema.

Ayer hablaba con K. y entre tantas cosas que suceden nos dio nostalgia por el clonazepam, pero ella a aprendido a comer cupcakes y bebe café a veces se emborracha, yo hago lo mismo, sin cupcakes pero de vez en cuando voy a la panadería y pido pan de canela recién horneado y me siento en alguna banca con un termo de café y como todo eso y creo que todo está bien como en los momentos Nescafé,  aunque no niego que de vez en cuando miro hacia atrás y me angustia la idea de volver a vivir en tránsito y en jaulas de aire, y no debería asustarme pues es la manera más fácil de vivir sin que nada te duela, todo va pasando y te vas olvidando de todo lo absurdo y lo vacío del ritual cotidiano, de las ceremonias y títulos, de la ausencia de palabras, te deja de doler la violencia del tiempo y mientras vas por esos pasillos te distraes de la verdad absoluta de que has venido al mundo inevitablemente a envejecer (si es que lo consigues) y a morir.

Ahora tengo que intentar volver al sueño, sin clonazepam, sin nada, sólo la batalla de siempre que empezó en mi adolescencia.

Felizmente y desde entonces no me he resignado.  

Felizmente todavía me quieren las palabras.




onsdag, oktober 02, 2013

Dibujo animado

Encajaba tu pulgar perfectamente en la hendidura de mi nuca. Deslizabas tu pulgar en ella y me levantabas como el picaporte que abría las puertas de todos tus deseos estirando mi columna de gato vertebral y callejera. Tu pulgar en mi nuca, en la calle y si me encontrabas tirada en la acera siempre tu pulgar me despegaba y me estiraba como un chicle para colgarme en una percha, que se fuera escurriendo el deseo, que se oreara el amor hasta tomarme de nuevo, masticarme, vestirte de mí y abrocharme nuevamente entre tus dedos. Siempre tu pulgar sosteniéndome o aplastándome, pulga, anatomía funcional, etimología que me hundía de cabeza en la tierra. Echaba raíces desde mi pelo, mis neuronas en sinapsis, mi nunca bajo la tierra, extendiendo un tallo desde mi cuello ramificándome en mis brazos, floreciendo en mis dedos, dando frutos entre mis piernas con mis pies sin pasos coronando la planta de mi misma, estrangulándome ciega y de cabeza para quedar estable, firme y en tierra.




 

torsdag, september 26, 2013

Oppfølgingstjenesten


Cuando tu estancia en el hospital mental sobrepasa un semestre, no sucede simplemente te suelta el psiquiatra con prescripción lista y en mano, bajo la bendición del psicólogo y la venia de los enfermeros, no. 

Te asignan una persona encargada de “seguirte” para completar el trabajo. A esa persona le llaman oppfølgingstjenesten o algo así como el servicio del seguimiento (un follow up) y en tus días de paranoia puedes llegar a creer que de verdad te están siguiendo y te parece ver a esta persona en todos lados y  evitas contarle mucho sobre ti; aunque luego hay días soleados y aceptas en salir a tomar café con ella y le cuentas que a veces te da por llorar porque es otoño, pero que ya no necesitas tantas pastillas, ya no las quieres tomar.

En realidad, creo que no necesito que nadie me siga ni me cuide. Me cuida mi gato y me sigue la secuencia que guardo de los días registrados en distintos lugares, no puedo escapar de ellos aunque los adormezca, están siempre ahí, los diarios, el calendario, el Facebook y hasta las facturas. Me siguen las fotos, la música, las películas, todo es una continuación desde que salí del hospital.

A pesar de que ya hace meses que dejé el hospital, Laila es la asignada para seguirme y me sigue hasta ahora con sus ojos azules y bien abiertos. A veces la llamo y le digo que no es necesario que me siga, entonces no la veo por varias semanas, pero sucede que otras veces le envío un mensaje diciéndole “Cómo estás? Estás muy ocupada esta semana?” y es cuando Laila intuye que es posible que me esté yendo a la mierda en ese mismo momento y me contesta de inmediato, me pone un smiley y hacemos una cita.

Laila viene a mi casa y siempre me sonríe, me abraza. Yo le tengo cariño a pesar de que mire el piso de mi departamento que a veces brilla, pero hoy lo vio con manchas de pintura. Supongo que lo anota en su reporte: manchas de pintura, pelo de gato, olor a limpio, ropa lavada, botellas vacías imagino que anota todo lo que ve en cada visita.

Cuando el otoño empieza a retorcerme, le digo que es mejor que nos encontremos afuera y me encuentro con Laila en cualquier parte, en un parque, un café o en la parada de algún autobús que no he logrado tomar.

Lo que me resulta curioso es que Laila tiene a cargo a varios pacientes psiquiátricos a quienes ayuda y hasta defiende y sin embargo, cree en extraterrestres, en las energías del universo, en los cristales y en los shamanes. Yo le digo que estar sin pastillas a veces se siente bien, pero cuando se siente mal se siente malísimo y lo peor es que te dan ganas de comer mucha azúcar. Ella me dice que hay cuarzos que te dan balance y que la meditación ayuda.

Creo que es mejor que me suba la dosis de cuarzos de colores a que me induzca a subir las dosis en miligramos que me da el médico con santo y sello.

Laila me dijo hace poco que cree que el viento de otoño que desprende las hojas de los árboles nos va desprender de todas nuestras cargas, yo la escucho y sonrío. A veces creo que Laila ya ha dejado de seguirme y desde hace algún tiempo soy yo quien la viene siguiendo a ella.

fredag, september 13, 2013

Langosta

Si a alguien tuviera que contarle esta historia, empezaría diciéndole que nunca comimos langosta.

Teníamos esa promesa mutua. Si no podíamos hacer promesas de ningún tipo, nos prometeríamos crustáceos, aunque para entonces yo ya había escrito tu nombre en un pez, todo tu nombre hacia adentro, quizá en algún esfínter de este animal, en sus agallas o en sus escamas.

Mientras buscábamos el crustáceo, la promesa, el animal, el fondo del mar, el Thames parecía vigilar cada una de nuestras palabras: tu flema inglesa muda y mi acento de río hablador bebiendo con el león y la ciudad hundiéndose, pero yo te tomaba la mano y salía a flote de la espuma del gin tónic, despreciaba el té y los canapés de las cinco, con dolor y vestida de flores, despreciaba la monarquía tanto como despreciaba tu distancia, tu cuerpo de por medio abrazándome.

Si alguien me pidiera alguna vez que le contase qué pasó, le diría que no se sabe.

No se sabe bien cuántos años pueden llegar a vivir las langostas. 

No se sabe. 

No se sabe nada.

Solo pasa.

Las atrapan.

Mueren.

Sin embargo, hay que cogerlas vivas y vigilar sus tenazas; ponerles un elástico grueso para que no las abran. ¿Recuerdas tú acaso mi vitalidad en Victoria Station?  Estaba tan viva entonces que tomaste la liga de mi pelo mientras te abrazaba sumergida dentro de una jaulita en el pacífico y sujetaste mis tenazas con mi liga. 

Paseamos.

A veces estaba en una pecera, a veces en una jaula, a veces entre tus manos y así tan langosta estuve emborrachándome en el mercado de Borough para después sin saber mi edad, sin saber nada cayera a hervir en tu sudor, porque sudabas. 

Sudabas. 

No sé si sudabas de alegría, de nervios, de cansancio, de saber lo que yo no sabía y allí dejé de echar de menos tus palabras y empecé a comunicarme con todo lo que brotara espontáneamente de tu cuerpo: tu sudor, tu saliva, tu semen y tus lágrimas tan transparentes. Me inventé un lenguaje para distraerme del dolor de ser hervida desde mis patas a mis ojos, sumergirme en un dolor que me enrojece, como una infección urinaria, jugo de arándano, sal y antibióticos, un dolor en ebullición que me bañaba en el cobre fundido de la depresión de Churchill, roja, hundida en ti, metálica, ajena (nunca tuya), muriendo sin edad, sin pasado, bipolar, sin saber nada, langosta, salta pequeña, salta.

Luego hubo galerías y calles, cocteles y pintas, también hubo enojo y pánico, es verdad; pero luego llegaban los subterráneos y las escaleras eléctricas, tú y yo reflejados en un vidrio, sujetos a barrotes amarillos, atravesando túneles y cavidades del romance con paradas, subidas, bajadas, mientras por encima crepitaba el Soho y explotaba Waterloo, yo estaba perdiendo la guerra, en el fondo lo intuía, pero moría de pie, disparando, cayendo de los puentes, perdiendo el reinado, pudriéndome en la humedad de tu cuarto, pero no podía ver nada, salvo tus ojos marrones en todas partes, tus ojos en los espejos, en las paredes, en las sábanas, en los cuadros, tus ojos dentro de aquel ojo que miraba cada rincón de la ciudad mientras yo iba ciega, hervida, esperando el martillo (y el alfabeto), el desgarramiento de la carne y el viaje a través de una garganta desconocida que se tragaba todas las palabras, tuyas y mías.

Si alguien me pidiera que le contase más sobre tú y yo, les diría que nunca comimos langosta. Sí, es cierto, yo pedí langosta porque el deseo estaba siempre allí y lo que recibí fue una sopa rosada, espesa y de buen sabor. 

Sonreí.

Where is my fucking lobster?

Langosta

angosta

lang

ost

a

Me quedé con todo el desconcierto y me limpié con la servilleta.



Y como siempre (al final) regresé y escribí.

mandag, september 09, 2013

Caballos

Creo que un objeto deja de estar perdido no hasta que llega alguien y lo encuentra, sino que además de encontrarlo, también lo conserva y se hace cargo de él; le da un espacio y una nueva vida.

En inglés, existen los lost and found mientras que en español solo nos quedan los objetos perdidos

He pensado que en un día de esos en los que me levanto sintiendo que me falta algo,  podría ir a uno de esos sitios y decir que se me perdió -por ejemplo- un diario. Dar la descripción de un cuaderno de diario común o quizá atreverme a describir el diario que yo quisiera tener, dar datos que esperan te devuelvan algo que tu deseas o que guardas en la memoria aun sin saber si existe. Entonces podría esperar allí en esa oficina y tener fe en que el encargado me traiga aquel diario que su dueño perdió, aquel diario que no he escrito pero que deseo, ser parte de lo que no me sucedió a mí, completarme, completar el diario, recibirlo entre mis manos y sentir que el objeto se siente recuperado, aunque confuso, ha sido encontrado y volverá a vivir otra vida pero no permanecerá perdido (u olvidado) otra vez.

(Hay una línea muy fina entre lo perdido y olvidado)

Hace días encontré dos caballitos en el aeropuerto de Oslo. Imaginé que algún niño o niña los olvidó, o quizás sus padres lo apuraron pues el avión partía y los caballitos quedaron atrás. Quizá fueron dejados allí con la intención de que yo los encontrase.

Ver esos dos caballitos allí en una banca del aeropuerto, lugar donde transitan miles de personas y ellos yacían abandonados, olvidados o perdidos me dio cierta tristeza.

Pensé en llevarlos a la oficina de objetos perdidos, pero mientras los observaba y los tenía entre mis manos, me di cuenta de que los empezaba a conocer, que podía jugar con ellos, que quizá estuvieron allí esperando a que yo llegase. Al final miré hacia todos lados y nadie parecía interesarse por mi hallazgo. Intuí que quizá, de llevarlos al departamento de objetos perdidos, cabía la posibilidad de que se quedasen allí abandonados entres tantos otros objetos y que con los inventarios y las limpiezas acabaran en un basural, fundidos, reciclados, muertos.

Tomé los caballitos y los guardé en mi bolso. Se convirtieron en mis compañeros de viaje. Los coloqué en la mesilla plegable de mi asiento y los miraba mientras tomaba un café y dejaba atrás la incertidumbre de lugares y personas a las que probablemente no volveré y sin embargo están todavía aquí.

Ahora que escribo esto, los caballitos están a mi lado. Les pedí que suban al teclado y que posaran para la foto que aquí publico arriesgándome a que su anterior dueño los reconozca y los reclame, pero no creo. 

Estos caballitos se han convertido en una metáfora de mí misma:  son dos, dos caballitos perdidos que andan a distinto ritmo, el galope son el paso de estos últimas semanas que me han tocado vivir entre aeropuertos, grandes ciudades, gente extraña, tantos cuerpos abrazados y dejados detrás; su extravío y pérdida soy yo, ahora, esta habitación, el amanecer, las maletas deshechas y la televisión en silencio.


Who's gonna ride my wild horses?




lørdag, september 07, 2013

34

es sábado
septiembre
séptimo día

anoche te bebiste
entera
tele en silencio
una botella de vino
blanco
joven
11%

34
abres los ojos
para todos los husos
horarios
desusos
has sobrevivido
34 años

34
pasaste
la talla de tu sostén
la edad de cristo
el huracán
y el accidente
la caída del muro
y de la máscara

vas al espejo
el iris está blanco
abres la boca
tu lengua está rosada
te estiras
el pellejo de los omóplatos
del vientre
los muslos
pasas la mano por tu pelo
negro

34
te acuerdas de las galerías
y los cuadros
cientos de años
los colores ahí
frescos
los colores
los colores
es lo que cuenta
34 veces 7
colores
parece que fue ayer
blanco
rosado
negro
el color de tu interior
de tu anatomía
de tus estaciones
colores de lencería
interiores
colores de infancia
cuarto de hospital

hoy no te preocupas
por el deterioro del cuerpo
envejecer
preocúpate
por las matemáticas
naciste capicua
intenta sobrevivir
intervalos
fracciones
suma

34
7
es lo mismo
ayer
33
34
hoy
el sistema
lo registra
abres los ojos
los números
la lengua
el sistema
el pellejo
los colores
siempre
todo
envejece





mandag, september 02, 2013

A raiz de Fight Club

Fight Club se estrenó en 1999, pero yo la vi en el lugar y tiempo preciso: Bodø, otoño del 2002.

Recuerdo que la vi sentada al borde del único sofá que tenía por ése entonces. La película estaba hecha para mí: el insomnio, las terapias de grupo, las voces en mi cabeza (en dos idiomas), el sexo, el narrador de mi vida paralela y al final el sótano oscuro albergando a esa violencia pactada que hacía que cada puñetazo se convirtiera en un asunto casi poético y definitivamente liberador.

Por esos días, fantaseaba constantemente con agarrarme a golpes con alguien estando semi desnuda. Era el tiempo en el que estaba aprendiendo el idioma noruego, la cultura, las direcciones y me encontraba con gente nueva a quienes siempre me veía siempre tentada a decirles: "mucho gusto, me encantaría tomarme un café contigo, claro, pero y qué tal si también nos agarramos a golpes?

Mi fantasía sigue allí, pero hasta ahora no he pasado de mis intentos de socializar dentro de los marcos establecidos y legitimados según las convenciones sociales: cafés, cines, restaurantes, bares. Todavía no he llegado a los puños como el medio para encontrar a un amigo (o amiga) verdadero.

Me considero una persona no violenta, no tolero el abuso, no soporto ver imágenes de maltrato y estoy convencida de que la solución a un conflicto no radica ni en las armas ni en los puños, sin embargo, me produce un placer rarísimo ver ciertas imágenes violentas como las de la explosión en prueba de una bomba atómica, los crash test dummies dentro de autos que parecen de cáscaras de huevo, estrellándose en un accidente mortal, un bisturí abriendo un vientre en un solo movimiento, luchadores de MMA mezclando y esparciendo sudor y sangre en el ring, el pellejo humano filmado en cámara lenta al mismo tiempo de ser impactado -con violencia- por un objeto como una pelota de fútbol.

Este placer tan extraño en mí me lleva a pensar si es que es la violencia en sí lo que resulta placentero o la idea de dolor y me inclino hacia lo segundo. Es el dolor lo que me produce placer, en el caso de aquellas imágenes, este dolor o es abstracto (un dolor de crash test dummie o de test nuclear) o es pactado.

Por estos días he experimentado dolor físico debido a una infección. El dolor no se puede controlar, es impredecible, varía de intensidad como si se tratase de una sinfonía, se mueve cuadro por cuadro como una película de 8mm. No sé bien si es el tacto él único sentido que percibe el dolor, pero lo cierto es que cuando el dolor es intenso, duele también ver, oir, oler y saborear. Es fascinante el color del dolor: cierra los ojos en la consulta del dentista cuando te estén arrancando una muela y lo verás, lo verás también cuando esa muela se te esté pudriendo antes del dentista y los colores serán distintos. El tacto del dolor cambia todo el tiempo, desliza tu mano sobre el filo de un cuchillo, descubre tus genitales y revuélcalos en un jardín de rosas y ortigas, estrella tu dedo meñique del pie contra una roca en la playa.

Hit me as hard as you can.




fredag, august 30, 2013

Coca Cola emocional

Lo que me gustaría decirles a toda esa gente que se emociona por ver su nombre en una botella de Coca Cola es que deberían usar más las neuronas y dejar de emocionarse con este tipo de publicidad, que es solo eso: publicidad, marketing, que el único fin que se tiene es hacer que compres más coca cola. Es que cómo no se dan cuenta de que si le ponen tu nombre a una botella es para que la compres, si tu ego está maltratado, pensarás que una multinacional pensó en ti y para que necesitas que tu familia, amigos o el chico que no te da bola piense en ti, si The Coca Cola Company sabe de tu efervescencia y de tu chispa de vida y sí, claro, atragántate de gas y de azúcar, llena de caries tu sonrisa efervescente, desgasta tu esmalte dental y sigue creyendo con chispa vital que porque The Coca Cola Co. puso tu nombre en una botella es porque le importas.

No. A la The Coca Cola Co. no le importas un carajo.

Pero bueno, todos hemos sido víctimas del marketing, eso no es lo que me enerva, yo también compro ciertas marcas y bebo otras gaseosas, pero lo que me vuelve la sangre efervescente es que la gente se emocione tales cosas como ver su nombre en una botella de coca cola, pero si ven una nube en forma de elefante, o una ardilla trepando un árbol cogiendo bellotas, una manzana caer de un árbol, un gato tomando el sol, las olas del mar reventando en peñascos, solo pasen de largo o bostecen; y no me complico tanto, solo pequeñas cosas, digo, ni siquiera hablo de poesía, música, viajes o películas.

Abrir los ojos y ver más allá de la nariz de uno mismo.

Todo se trata de uno mismo, tomarse una foto a uno mismo y subirla al FB, comentarla uno mismo, recibir halagos, halagarse uno mismo; masturbarse de todas formas, el ego trip y coca cola con tu nombre y a veces me da asco todo y desearía desenchufar todo, hasta mi cepillo de dientes y este blog, de paso.

Este mes hubo dos lunas llenas.

Y yo rodeada de gente emocionada bebiendo Coca Cola con su nombre en la etiqueta.

No me jodan.



fredag, august 16, 2013

Urgencia

Querido blog,

Estoy bebiendo el tercer shot de anis Najar azul que ocasionó sobrepeso en mi equipaje y hoy ocasiona sobrepeso en mi cerebro y probablemente ocasionará sobrepeso es mis órganos y arterias.

El silencio tiene un ruido que me molesta y trato de callar ese ruido con el ruido del teclado, ruido que siempre me ha resultado agradable. No importa que escriba aquí, lo importante es oir otras cosas.

Mi estado en un chat es "disponible" y mi estado mental es "no tengo idea de nada" y en ambos casos quisiera que alguien me hable sobre aquella disponibilidad que no tiene idea hacia dónde va.

Mientras estoy en mi estado "disponible" veo fotos mías donde se me ve muy disponible y acompañada, y sin embargo recuerdo que en cada una de ellas había un vacio cerrado, ocupado, no disponible, offline.

Hoy he comprado muchos congelados, como si intuyera que la guerra se acerca.

Echo de menos el ruido, la naturalidad en la violencia y las balas, el taxista diciéndome antes de pagarle veinte soles "no dejes que te atrasen, amiga" y caminar entre autos como toros en Pamplona.

Estoy sola y tengo miedo.

Tengo anis.

Tengo mucha neblina limeña en la frente y estoy en el verano del círculo polar ártico.

Urgencia.


onsdag, august 14, 2013

Regreso

Ha sido muy raro llegar.

Mi departamento estaba muy limpio e iluminado. Parecía que el tiempo que estuve fuera se congeló en este espacio porque todo seguía en su sitio, y sin embargo no podía recordar con claridad que antes de irme había doblado ropa, había congelado comida, había escondido mi computador debajo de un estante y había dejado mi cama sin sábanas, solo con el edredón que usa el gato y mi libreta de notas al lado. Quizá he querido inconscientemente que mi gato anotara todo lo que pasó durante mi ausencia, o que llevara un diario y entre esas líneas me dijera que me extrañaba, pero sé que me extrañó.

Con los gatos, solo hay que saber cómo ponerse (literalmente) para poder entender y recibir su afecto.

Con los perros es fácil. A ellos solo les basta que tú estés ahí y ellos buscan la forma de demostrarte algo, aun así tu permanezcas quieto y distante, para ellos eres tú y solo tú el centro de todo.

Los gatos, primero te observan. Quizá parezca que te reprochan la ausencia con esa mirada, pero los gatos no reprochamos ausencias porque ausentarnos está en nuestra naturaleza y menos aún vamos a reprocharla cuando estamos viendo que has vuelto. Los gatos, observamos que has vuelto y nos aseguramos que hayas vuelto para quedarte. Para tener esa seguridad, te rondamos mientras sigues de pie, y no solo a ti, sino también a tus cosas. Ya sabemos que tú no eres solo tú, los gatos tenemos regalos que entregar, pajaritos, tenemos territorios, rincones solo nuestros; los objetos son importantes. Cuando ya estamos seguros de que vas a quedarte, esperamos que te pongas a nuestra altura. Entonces nuestras miradas se encuentran y nos reconocemos. Vemos en nuestros ojos, los tejados, las noches, los bares, los pajaritos, la luna, los otros gatos y ya entendemos todo. El acercamiento sigue y uno de los dos tiene que ceder en el afecto.

Cedo. Me acuesto en el suelo, porque tengo un cuerpo de humano y el felino es él, además soy yo la que me fui y yo soy la que llego a su territorio. Mi gato llega y frota su cabeza contra mi frente, camina por mi pecho, sube y baja, al final me lame el pelo y los ojos, quitándome el cansancio, el maquillaje, las visiones pasadas, pasa su lengua áspera por mis párpados y me dice "abre los ojos, mira distinto,  límpiate el viaje, estírate y maulla."

(mi celular roto, todavía puede ver)




tirsdag, august 06, 2013

Amor

La única certeza de amor que tengo y que recibo por estos días es la que Nestlé me regala (vende) empacada y con tabla de valores nutricionales, todo muy claro y estoy advertida. Mejor así.

Por lo demás, siento que tengo tanto amor dentro de mí que si lo saco, podría construir un castillo, pero nadie querría vivir conmigo, la gente no quiere castillos, sólo quiere ir al cine, tomar cafés y tirar si se da la ocasión. 

Contemplo a las piedras y espero que estas hablen, mientras me lleno la boca de amor de Nestlé, amor que muerdo y trago y se queda dentro de mi cuerpo silencioso, junto con el otro amor que derriba y construye, amor bipolar, con mis castillos y caballos salvajes.

Amor.

Estamos saliendo.

(Adónde?)

Lee mis gestos y no mis palabras.

Qué será eso.

I Fell Into A Burning Ring Of Fire

I Went Down, Down, Down

And The Flames Went Higher
And It Burns, Burns, Burns
The ring of fire


What is love?


Baby don't hurt me.






Destinación Guayaquil

El viaje empieza con mi deseo de cambiar mi fecha de regreso, pero existen sólo dos opciones para realizar el cambio:

Desembarcar del vuelo, comprar el ticket de nuevo ida y vuelta y volver a embarcar.
Presentar un certificado de enfermedad.

Dónde está la libertad de volar? Así lo dicen todos los paneles del aeropuerto, sin embargo no volamos tan libremente.

Los aeropuertos siempre me confunden y trato de distraer mi confusión mirando (si es que no puedo escribir). Miraba y jugaba con unas piedritas de imán en una tienda mientras tomaba valor para seguir avanzando hacia el control de migraciones. 

Hoy parecía que el todo el mundo regresaba o partía a algún lado. 

En mi caso, son ambas cosas y esto es un viaje dentro de otro.

Mientras tocaba las piedritas de imán y miraba postales y discos, me descubrí observada por un hombre que quizá sería de mi edad o un poco más joven, atractivo, de pelo claro abundante y revuelto y ojos marrones muy grandes. Estaba de pie en la tienda con su equipaje de mano rodeándole los pies, aquellas bolsas, mochilas y morrales le impedían moverse y esto lo hacía parecer una estatua.

No sé por cuanto tiempo me habría estado mirando, pero le sonreí. Suelo sonreír, por cortesía, nervios, porque la sonrisa desvía la atención del que te observa y cualquier impresión que haya tenido de ti hasta antes de ver tus dientes cambiará.  

Le sonreí y el me dijo "eres muy elegante" con un acento que no pude identificar. Días atras me sentí el ser menos elegante sentada en un banquito de lounge frente a cámaras. Esta mañana, curiosamente vestía la misma ropa, pero con unos zapatos más finos . Lo cierto es que no creo ir muy elegante, pero quizá antes sus ojos de turista que ha esacalado mil montañas y que de pronto se encuentra inmovil y sujeto de los pies por su equipaje de mano, el hecho de que yo llevase una chaqueta oscura, que caminara con cuidado entre los mostradores y al final estar manoseando piedritas de imán para distraer mi ansiedad y perdiendo la mirada en esa tienda inmensa le debió resultar elegante como le pudo haber resultado un gato negro recién acicalado o un ave colorida posada en una rama en algunos de esos paisajes que él venía de recorrer. Quizá mi búsqueda de calma le resultó elegante luego de conocer el caos limeño, la cumbia, las chicas con minifaldas y botas y los hombres con el pelo tieso de gel fijador.

Le seguí sonriendo y me fui de la tienda caminando muy despacio. Luego, tuve ganas de volver y decirle que en realidad no creo ser muy elegante,  que hace días no supe cómo sentarme en un banquito de diseño, que en mi bolso hay pañuelos de papel con manchas de café, que hoy no me lavé los dientes y que lo único que quiero es llegar a Guayaquil, quitarme la chaqueta oscura (elegante) y abrazar a mi hermanita como abrazan los osos perezosos a los árboles y quizá quedarme dormida así.

No sé porque a veces siento que debo tener arranques de sinceridad con desconocidos, o no sé como tomar los cumplidos, a veces me pueden deshacer, sentir que les debo algo, pero seguí caminando y quizá el seguirá pensando de mí que soy elegante y yo pensaré de él que es un poco ingenuo, que quizá las montañas y la naturaleza le abrieron tanto los ojos como los obturadores de cámara para lograr captar la luz y que al final la ansiedad y cansancio de una chica de 33 años se pueden confundir con elegancia.

O quizá, bueno, sí, qué carajo, puede que sí sea elegante (calle, pero elegante como dice la canción). Mi abuela lo era y yo espero haber heredado sus maneras.


( y mi fantasía romántica de encontrar al amor de mi vida en un aeropuerto se perdió al pasar el control de migraciones, quizá ya encontré al amor de mi vida en un aeropuerto, de hecho sé que sí, pero aquí estoy sola, escribiendo sobre extraños)


Dentro de algunas horas me encontraré con mi hermana, seguramente veré también a mis dos hermanos, a mis tías paternas y a mi padre, a quien pongo al final en esta lista con alevosía.

Siempre me resulta difícil encontrarme con mi padre, porque veo claramente que es mi padre de verdad y sin embargo quisiera mantener la fantasía que tuve de mi padre durante más de 25 años. La realidad tan brutal siempre me ha molestado y por eso huyo en la ficción. 

Cuando el pensamiento sobre mi padre desconocido llegaba, imaginaba un hombre diferente a él y quizá lo menos parecido a mí, pero con todo aquello que a mis genes les hubiese gustado heredar. 

De hecho, me he dado cuenta de que después de estos siete años desde que lo conozco, he heredado algunos gestos de él sin conocerlo.  He heredado la manera de abrir los ojos cuando algo me agobia y la melancolía. Tengo la certeza de que que mi padre es un hombre melancólico que contempla iguanas y se pierde en sus pensamientos sentado en los bancos de los parques de Guayaquil mientras espera algo (igual que yo) , pero su cercanía al mar y a la línea Ecuatorial hacen que esta melancolía se camufle en su guayabera, pues imagino que pocos seres melancólicos visten guayabera. Su melancolía se disfraza en su acento casi caribeño, que suena como esos acentos que no son melancólicos, y al mismo tiempo, teniendo ese acento de merengue bailado, es un guayaco que habla bajito, cosa que es extraña. 

Cuando estoy con mi padre, nunca sé que decir. No me gusta mirarlo a los ojos y siempre trato de señalar cosas y le pregunto "¿qué es eso?" sólo para lograr que no me mire y que me hable de cualquier cosa, o quizá para sentir que soy una niña y que él es mi padre, la persona que me dejará ver el mundo a través de sus ojos y que eso me bastará para dejar las preguntas, para sentirme segura y para encontrar una identidad.

 A veces, mientras estoy con él y andamos en silencio tengo la fantasía de haber cumplido quince años y que hubiese bailado el vals con un vestido rosado inmenso. No es un deseo, pero pienso que a él le hubiese gustado eso y de haber crecido yo a su lado, a lo mejor cedía a celebrar mi quinceañero o quizá hasta lo hubiese querido yo también para entender que dejé de ser niña, cosa que teniendo esta edad a veces creo ser la misma adolescente que iba a los parques a patear piedras. Y seguramente en esa fiesta donde serviriamos enrollados de hot dog y empanadas rellenas de queso cheddar, en esa fiesta rodeada de flores daría un discurso lleno de lugares comunes y me llamaría "señorita hija" o "mi pequeña" y se le cortaría la voz de la emoción de verme convertida en una mujer y yo en esa fantasía me sentiría como un muñeco de peluche lleno de flores y protegido por mi papi, porque seguramente lo llamaría "papi" como llaman la mayoría de los habitantes de la costa del Ecuador y el Caribe a su padre y también a sus amantes.

Pero yo no le digo nada, ni papá, ni pá, ni papi, a veces le digo "padre"  Evito su mirada como evito mencionar su nombre y creo que me dirijo a él directamente y siempre con preguntas. ¿Qué es eso? ¿Cuántos años tiene este monumento? ¿Dónde está el mar? ¿Cuándo se fundó Guayaquil? preguntas de niño, son sólo preguntas las que tengo hacia el, pero muchas de ellas no creo que me atreva a  formularselas y cada vez que me encuentro con él, sólo trato de distraerme de la realidad de que él, ese tipo melancólico y guayaquileño que ha tenido hijos con tres mujeres distintas y que aún parece no haber encontrado calma, ese tipo perdido, que parece seguir buscando amor en el pasado, en el tiempo perdido, ese es mi padre.

mandag, juli 29, 2013

Common people (is what I am)


Lo que vino después fue que entré a un set de televisión y empecé a sentir pánico.
Yo siempre había pensando que en un set de televisión había camarógrafos que controlaban las cámaras que no sobrepasarían la altura de ellos mismos. Me sorprendió comprobar que no era así, que las cámaras eran de distinto tamaño y la mayoría sobrepasaba la altura de un hombre promedio. Había una que se movía sola, un brazo mecánico gigante endemoniado por captar cada expresión de la cara de todos los que se sentarían al frente de ella, ese brazo quería atraparte como King Kong pero sin carita de mono, esa cámara subía y bajaba (seguramente todas esas cámaras tenían nombre) era un gran tentáculo mecánico con ojo que te miraba de arriba abajo.

Una señorita con una cajita que parecía la de un mago me preguntó si estaba maquillada. Le dije que sí. Lo estaba. Estaba maquillada, estaba tratando también de maquillar mis palabras porque no puedo decir en frente de tantos espectadores que en ese momento me dolía la cabeza y que quizá me iba a ser difícil recordar y hablar algunas cosas que escribí hace más de diez años y que publiqué hace más de siete.

Mi maquillaje no fue suficiente. Nunca es suficiente. Tomó una esponja y cubrió mi cara de polvos color arena. El tacto de la esponja me acercó mejilla a mejilla a todas las caras que fueron maquilladas con esa misma esponja, todos los gestos que disfrazarían y no pude evitar pensar en la piel de los políticos, las serpientes y sentí una parálisis facial cosmética cuando pasaba la esponja y con una brocha esparcía falso rubor sobre mis mejillas. Para entonces intuyo que lo que había debajo de todas esas capas de maquillaje mío y ajeno era mi piel empalideciendo. Mis labios sin brillos no estaban aptos para salir ante cámaras y hablar sobre lo que alguna vez escribí o quizá de cualquier otra cosa. La señorita coloco dos capas de brillo y mi sonrisa se volvería viscosa y brillante, podría haber sido lo mismo que hubiese comido una hamburguesa en la calle con todos los tipos de salsas oleosas, mis labios hubiesen quedado igual de brillantes.

Me sentaron en un banquito como de bar de un lounge, en esos que te sientas como castigo al no hacer una reservación o al ir sola a contemplar como los demás beben cócteles de colores mientras reposan cómodamente en sillones amplios que los abrazan.

Al subir al banquito fui consciente de tener falda y la asistenta de producción me lo recordó en una advertencia "cuidado con la faldita, ambas están en faldita" pero la conductora tenía la soltura y gracia de andar en faldita desde que nació y la habilidad para posarse en banquitos de lounge en lounge sin ser castigada, yo en cambio, fui consciente de mis piernas, de mi postura de protección la cual presiento que se verá en la tele como si estuviera aguantando la orina, las piernas juntas y quizá el cuerpo un poco encogido cubriéndome. Además de ser consciente de cada detalle que allí había, fui consciente también de mi ingenuidad, del desatino de ir con falda y de pensar erradamente o ingenuamente que, en la tele, así como las cámaras no sobrepasarían la altura de un humano, tampoco el cuerpo entero del invitado sería exhibido en un banquito: las cámaras son del tamaño de un hombre y en la tele, en un programa de libros, sólo será necesario mostrar mi torso y la cabeza a la que este está inevitablemente unido.

Me equivoqué.

Esa misma mañana había dado una entrevista en el diario más grande (literal y figuradamente) que hay en aquí y que seguramente para el día de hoy mi cara estará envolviendo pescado, cubriendo orines de perritos que aún no han entrenado su vejiga o quizá secando el barro que deja la garúa en los patios limeños, patios como el mío, cubiertos de periódico que a veces leo así, estando empapados antes de deshacerse sobre las baldosas.

Pensaba mucho en mi gato ante estas situaciones, en su elegancia (la que no llevé al set de tv ese día) y lo imaginaba dando esas entrevistas por mí, por lo menos dejándole a cargo la elegancia y la soltura de su imagen, posando para la foto o sentando en aquel banquito blanco de diseño frente a las cámaras donde seguramente el contraste de su pelaje oscuro con el fondo de ese set tan transparente e iluminado deslumbrarían al televidente, más aún si empezara a maullar (yo subtitularía).

Al día siguiente estuve también delante de una cámara, aunque esta era más amable y su tamaño era también amable y esta vez había una persona detrás de ella (de mirada amable) y la cámara estaba casi quieta. Fue más llevadero todo hasta que el muy agradable entrevistador mencionó ser uno de los diez lectores que vienen aqui a leer y entonces eché de menos a la señorita del maquillaje, a mi gato elegante hablando por mí porque me sentí descubierta frente a él y que él supiera que días atrás yo había estado protestando a escondidas y con gas lacrimógeno y que ese mediodia venía después del fin de mi felicidad de happy hour a conversar con él.

Ayer estuve con una buena amiga, escritora, en la feria del libro. Intenté comprar libros pero todo resultó ser muy intenso. Desde la entrada tuve la impresión de estar en un concierto o procesión religiosa. llegué con miedo y no pude cruzar la pista. Un chico llamado Stalin me ayudó y se metió entre el tráfico con la dureza de un político soviético, yo lo sujeté del abrigo y así pude llegar al otro lado. Todo se tornaba extraño e intenso, la gente muy intensa y el reencuentro con ella y nuestra conversación  también lo fue, una intensidad agradable, pero era entonces una intensidad metida dentro de otra. Además, el andar con ella por los stands de libros resultó como andar con algún Hollywood celebrity por el paseo de la fama. Ella saludó por lo menos a seis personas distintas y su encanto invitaba a todo aquel que se le acercaba, a empezar una agradable conversación y una parada durante el recorrido. 

Recordé a mi abuela, que era una señora encantadora y elegante (como mi amiga) y cuando me llevaba al mercado saludaba y conversaba con todo el mundo, mientras yo la jalaba de la falda y le decía "ya vámonos". Volviendo a todo eso, al mercado de la feria del libro y al de mi infancia donde veia a pollos morir desangrados, a mi amiga encantadora y al recuerdo de mi abuela también encantadora, a tantos libros no leídos, a tanto y todo allí en ese momento, al final también sujeté su abrigo, la jalé un poquito y le hice un gesto de "ya vámonos" porque tenía ganas de quedarme con ella conversando todo el resto de la tarde pero fuera de todo ese caos de gente y de libros envueltos en plástico y con PVP, cruzar la pista itra vez y terminar quizá en alguna playa asiática de las que ella ha vuelto. 

Ahora estoy en mi habitación en Lima. Tengo muchas ganas de escribir desde hace días, pero todo se me transforma en mercado, rumas de libros que no leeré, personas que me encuentro y saludo y converso y tengo que hacer paradas en el recorrido aunque a veces quiera salir corriendo, pero al fin hoy domingo, día que siempre me resultará extraño (hoy es doble domingo y feriado día de la independencia nacional) llega un poco de silencio y coherencia. Veo todo esto que aquí escribo y también me veo a mi misma adolescente y escondida, sin gato, sin amiga encantadora y popular, sin cámaras de ningun tamaño, sin chicos, sin libro publicado, sin distancia, sin Londres, sin teléfono inteligente, sin Círculo Polar, sin matrimonios, sin maquillaje, pero siempre con la misma compañía y distracción, la de mis propias palabras.




And just dance, drink and screw because there's nothing else to do.





( si notan alguna rareza más allá de la habitual en estos últimos textos, es porque los escribo desde unteléfono  en un teclado que es un vidrio pequeñito, que no hace ruido y que se empeña en corregirme en cada palabra que digito y con el esfuerzo para acertar en cada letra que hacen las yemas de mis dedos )